
El Buen Salvaje Reseña: una sátira deliciosa entre tacos, burritos y gentrificación
El cine mexicano pocas veces se atreve a jugar con la sátira de manera tan frontal y divertida como lo hace El Buen Salvaje. Esta película es una mezcla chispeante entre culturas: un choque entre lo “gringo” y lo “mexicano” llevado al extremo, pero sin perder la inteligencia ni el ritmo cómico.
Desde el inicio queda claro que no estamos frente a la típica comedia de clichés. Aquí, la sátira está construida con ingenio, burlándose tanto de la manera en que los extranjeros idealizan a México como de la astucia criolla para sacar ventaja de cualquier situación. Y es justo en ese contraste donde la película brilla: entre carcajadas, el espectador se enfrenta a un retrato agudo de la gentrificación, del choque cultural y del eterno juego entre quien llega con dólares y quien sabe cómo cobrarlos.
La historia sigue a una escritora estadounidense bloqueada creativamente y a su esposo, un director de cine experimental que no logra concretar nada. Deciden mudarse a un pequeño pueblo mexicano llamado Las Cañaras, un lugar ficticio pero perfectamente reconocible para cualquiera que haya visitado enclaves como San Miguel de Allende. El escenario es ideal: un Airbnb que parece hacienda de telenovela, un entorno pintoresco y un jovencito local que, con inglés fluido y ojo para el negocio, ve en ellos la oportunidad de obtener dinero fácil.
A partir de ahí, la trama se despliega en cinco capítulos que funcionan casi como una obra de teatro universitaria, pero elevada a un nivel cinematográfico impecable. Lo que podría haber sido un cliché se convierte en una sátira bien lograda gracias a un guion afilado y una dirección que equilibra humor, crítica social y un ritmo narrativo delicioso.
La comedia nunca se detiene: entre bromas y malentendidos culturales, la película logra hacernos reír de los gringos, pero también de nuestra propia idiosincrasia mexicana. Esa es quizá su mayor virtud: nos invita a reírnos de nosotros mismos mientras nos obliga a reflexionar sobre cómo nos vemos y cómo nos ven.
A nivel visual, El Buen Salvaje sorprende. La fotografía es preciosa, con planos y colorimetría que evitan el tristemente célebre “filtro sepia” que durante años ha distorsionado la imagen de México en el cine internacional. Aquí, el país se muestra vivo, auténtico, sin necesidad de exageraciones cromáticas.
En cuanto al elenco, destaca la actriz que muchos recordarán por su papel en Corina, ahora convertida en la “gringa más gringa”, interpretando con brillantez a una mujer que busca inspiración pero termina atrapada en una espiral de contradicciones culturales.
La película es, en definitiva, una bocanada de aire fresco. Original, divertida y visualmente cuidada, logra algo que parecía perdido: usar la comedia como herramienta de crítica social sin sacrificar el entretenimiento.
Mi veredicto: 9/10.
Una sátira redonda, con momentos memorables, carcajadas garantizadas y una mirada lúcida sobre la gentrificación y el eterno choque entre “ellos” y “nosotros”. Una de esas cintas que, más allá de la risa, nos dejan pensando.

